En esta columna he platicado en varias ocasiones sobre cuán preparado está México para recibir eventos deportivos de primer nivel. Mi cuestionamiento es, principalmente, por qué para acontecimientos como este, el país debe exhibir su capacidad en materia de infraestructura, de proyección comercial y de seguridad para los turistas internacionales, considerando que potenciar el turismo deportivo es una de las apuestas de las autoridades federales para atraer a inversionistas y visitantes.
Tras la celebración de la Fórmula 1 urge retomar algunas ideas por lo trascendental del tema, debido a que, dentro del sector corporativo, pocos eventos ofrecen una mezcla tan poderosa de espectáculo, inversión y proyección global como este.
Desde mi experiencia en el mundo de los negocios, esta competición no es únicamente automovilística. Cada edición del Gran Premio de México deja una marca en la economía. Durante los días del evento, miles de visitantes llegan al país, ocupan hoteles, consumen en restaurantes, compran productos locales y demandan servicios de transporte, logística y entretenimiento.
La Fórmula 1 no es solo una carrera, es una vitrina donde se mide la capacidad real de un país para mover capital, atraer inversiones y asegurar acuerdos empresariales de alto nivel. Quien entiende este escenario como un simple espectáculo deportivo, no comprende su verdadero valor económico. La Fórmula 1 es, en esencia, una plataforma de negocios que amplifica relaciones y abre puertas que de otra forma permanecerían cerradas. Como alguien que entiende que las cifras mandan más que los discursos, considero que pocos eventos como este ofrecen una oportunidad tan clara para medir la capacidad del empresariado mexicano.
Lo digo con claridad: quien invierte en calidad, cultiva confianza. Y en el mundo de los negocios, la confianza vale más que cualquier trofeo.
La Fórmula 1 demuestra así que la inversión en eventos internacionales no debe verse como un gasto, sino como una base para el desarrollo económico. Los beneficios superan la temporalidad del espectáculo: se construye reputación.
No obstante, no podemos permitir, en ninguna circunstancia, que el éxito de la Fórmula 1 en la CDMX se convierta en un arma de doble filo. El crecimiento económico y la visibilidad internacional que genera un evento de este calibre deben acompañarse de una gestión responsable y una visión a largo plazo. Tomemos como referencia el caso de Tulum: un destino que, tras años de auge, hoy enfrenta una pérdida de atractivo por los altos costos en hospedaje, alimentos y actividades recreativas, junto con el cobro de consumos mínimos y la inseguridad.
Lo que en su momento fue símbolo de exclusividad, se transformó en un ejemplo de cómo el descuido y la improvisación pueden afectar la reputación de un lugar. La capital del país no puede seguir ese camino. El turismo deportivo que atrae la Fórmula 1 es un recurso valioso, pero si no se equilibra con políticas adecuadas corremos el riesgo de convertir una oportunidad en un problema. El éxito no radica solo en llenar hoteles o vender boletos, sino en preservar una experiencia que motive a los visitantes a regresar. En los negocios, como en la vida, no hay crecimiento perdurable si se pierde el control del producto.
En este caso, el producto es la Fórmula 1, que no sólo acelera autos, también agiliza la economía, promueve la colaboración entre sectores y refuerza la imagen de un país preparado para competir en la pista del desarrollo mundial.
